El precio y la necesidad del dar a luz
Pensemos en una mujer durante su labor de parto. Cuan difícil debe ser dar a luz con horas de dolor, contracciones, esfuerzo, sudor, sensibilidad, estrés, emociones, ansiedad y hasta duda. Imaginemos la cantidad de fuerza y voluntad requerida a la hora de empujar hacia el exterior de su cuerpo un ser vivo de aproximadamente cincuenta centímetros.
Meditando en esto, podemos compararlo de inmediato con la labor y necesidad diaria de todo ser humano: el dar a luz, parir; es decir, producir frutos.
Cada vez que se produce un fruto, cuesta mucho, pues requiere perseverancia y mucha paciencia a la hora de sembrar la semilla, mientras se intenta combatir a las plagas e inclemencias que intentan impedir el avance de su crecimiento. De igual manera, la falta de voluntad y determinación; las voces de desesperanza, desánimos y sobre todo la ausencia del amor como ingrediente esencial, son factores que pueden impedir la eficacia en los frutos necesarios que todo hombre y mujer debería producir.
Comprobamos que el amor es el ingrediente esencial es el amor, puesto que es la fuerza capaz de soportar cualquier sacrificio, emoción, sentimiento, temor, dolor, golpe, entre otros. Es necesario el amor que otorga Jesús al hombre que le busca, para poder soportar el dolor que el dar a luz implica y para que el fruto perdure por siempre, como alude la siguiente frase: "La cosecha que ya has dado hasta este momento de la vida, producto del amor de Jesús en ti, es algo que no se puede revocar, pues por causa de ese amor es un fruto que permanece para siempre".
Por último, podemos entender la necesidad del dar a luz, incluso para los hombres, refiriéndonos en estos casos, al dar frutos. Es como desechar el alimento restante del cuerpo, luego de haber comido. Si esta digestión no se realiza, el cuerpo puede intoxicarse y sufrir problemas salúbricos. Igualmente, es indispensable compartir aquellos dones que hemos recibido de parte de Dios, para no inflarnos, al no producir lo que es necesario para seguir funcionando bien y para aquellos que están sedientos de recibirlo. Se ilustra claramente que en la parábola de la higuera estéril, que por no producir higos su dueño ordenó a su jardinero a que la cortara (Lc 13:6-9). Si la mujer y el hombre no procrea nuevos seres, la humanidad cesaría de existir; si los agricultores no siembran, no habría alimento suficiente para tanta población; si no se hiciera mantenimiento y limpieza en los edificios, con el tiempo de llenarían de bacterias y serían inundados de malezas; si los animales no cazan, mueren; si los jóvenes no estudian, no tendrán buena finanza para sustentar una futura familia. Así mismo, el hombre necesita dar de aquellos dones que lleva por dentro, sin menosprecio de ninguno de ellos, porque de lo contrario será como un árbol cortado por su improductividad.
Desde la creación del mundo, una de los primeros mandatos que Dios indicó al hombre y la mujer fue el dar frutos, el multiplicarse, llenar la tierra y gobernarla; en pocas palabras: dar frutos (Gn 1:28). Es decir que esta es nuestra naturaleza y revocar este orden ya establecido, implica ser cortado por falta de frutos. Está comprobado que las personas que por ley natural ayudan a otros, tienen una actitud renovada. Aquel que imparte conocimiento, anima a otros, ayuda al pobre, canta alabanzas, da un consejo, cultiva sus dones, toca instrumentos musicales, hace obras de arte, estudia, instruye, ejerce su profesión, engendra hijos, siembra tiempo en perfeccionarse en el amor y predica a fin de ganar las almas, está obrando por dar frutos. Incluso, hasta inconscientemente, los niños dan frutos cuando son pequeños y hacen tiernos garabatos que para ellos significa una gran pintura, tan solo por el esfuerzo que les requirió y todo el cariño que pusieron en la misma. Para la madre, cuando nace su hijo, su mayor satisfacción es ver su pequeña, suave y tierna cara; todo eso esfuma el dolor padecido y para los niños cuando obtienen un logro, la mejor recompensa es mostrárselo a papá o a mamá y recibir sus halagos y gran sonrisa.
En efecto, el dar a luz tiene un precio nada barato y como la digestión es una necesidad de todo hombre, así mismo el dar frutos en la vida lo es. Para producirlos, de manera que permanezcan de generación en generación, es necesario tener presente el amor que solo tiene aquel que conoce a Dios, permanece en Él y cumple sus mandamientos. El Señor conoce lo difícil que es para nosotros dar a luz, por el dolor que implica, por eso nos hace énfasis en que permanezcamos en Él, para Él permanecer en nosotros, ya que sin esa presencia que da gozo y fortaleza, sin su amor y fuera de Él nada apodemos hacer. (Juan cap 15).
"Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa." (Mateo 5:15).
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